Muchas gracias y buenos días. Os admiro profundamente por la paciencia que estáis teniendo, y manteneros aquí un sábado de julio caluroso. No sé si seré capaz de añadir algo a las intervenciones que me han precedido, pero intentaré dejar encima de la mesa algunos cabos adicionales.
Quiero empezar conectando precisamente con la última reflexión que hacía Carlos Carnero y que va más allá del ámbito mediterráneo, la tensión que existe entre las sociedades abiertas, es decir, la democracia y los valores asociados a ésta, la libertad, la justicia social, la igualdad, la solidaridad, etc., con los viejos y los nuevos fundamentalismos, o totalitarismos, o integrismos. Este es el mayor reto que tenemos, diría, que el gran reto del siglo XXI.
Las sociedades abiertas, como primer elemento, se alimentan de una estructura de reflexión y de análisis que trata de evitar mayoritariamente los excesos de sentimentalización de la vida pública, y esto muchas veces es una vía compleja para llegar a la gente. Lo vemos en el ámbito de la Unión Europea. La Unión Europea ha sido una construcción que se ha hecho muchas veces al margen de la ciudadanía, se ha hecho de manera eficaz, ha sido beneficiosa desde todos los puntos de vista, pero la ciudadanía no se ha sentido arrastrada por esta construcción, lo hemos visto, sin ir más lejos, con los noes de Francia y Holanda. Nos aproximamos a estos valores por tanto, a estos valores de igualdad, de justicia, de libertad…, siempre desde un punto de vista racional, pero la emoción también tiene que estar presente.
La emoción tiene que estimular la construcción definitiva de la ciudadanía europea en base a una ética deliberativa que se abra públicamente a los sentimientos de los que comparten con nosotros este espacio de libertad y de justicia que configura Europa. Los valores occidentales por tanto, estos valores que defendemos, y el sistema democrático, necesitan urgentemente la voluntad de compromiso y de participación capaces de hacer vibrar a la ciudadanía y capaces de provocar la voluntad de defensa de los mismos. En este sentido, la recuperación de estos valores puede ser un revulsivo para arrastrar a esta Europa, que parece que está cada vez menos implicada en la vida pública, arrastrar a esta Europa a dar una mano a la zona mediterránea de la que estamos hablando. Seguramente tenemos la sensación de que este orden ilustrado y de bienestar está consolidado y es invulnerable, y eso es un peligro; no creo ni mucho menos que sea invulnerable, y no sólo lo digo por los atentados puntuales que pueda haber, o cada vez menos puntuales, desgraciadamente, pero no puedo evitar pensar en la sensación que se desprende del libro de Stefan Zweig, “El mundo de ayer”, cuando él explica: vivo en un orden burgués donde todo está perfectamente programado, donde hay una seguridad absoluta y por tanto tengo la sensación de que no corro ningún peligro. De repente, todo eso se desmoronó. No digo que estemos en la misma coyuntura, ni en la misma situación. Evidentemente los momentos históricos son distintos, y las amenazas también son distintas, pero sí que nos lleva a pensar: incluso aquello que parece más sólido necesita cuidado, necesita esfuerzo, necesita compromiso ciudadano porque si no se puede venir abajo. En este sentido la Unión Europea, como símbolo de este orden de valores, ha sufrido un golpe duro, no estamos en los mejores de los momentos, con los noes a la Constitución Europea, pero también con la crisis que se abre con la ampliación, con la discusión de que si Turquía se tiene que incorporar o no, la crisis socioeconómica que pueden sufrir países tan fuertes y que han sido motor tradicional de Europa como puede ser Alemania y Francia… Pero aun estando en un momento complejo y delicado no por ello debemos abandonar la lucha por lo que hemos creído y por lo que hemos estado trabajando tantos años en esta construcción de la Unión Europea, y también en la relación que necesitamos precisamente todos los países que se asoman al Mediterráneo, al Mare Nostrum. Yo creo que este es un hándicap que tiene la Unión Europea, que tiene Europa en general, con ella misma. En estos momentos, por tanto, habrá que afrontar una reflexión interna.
Por otro lado, como segundo elemento, están los fundamentalismos a los que me refería al inicio. Éstos son más viscerales, y por tanto muchas veces nos damos cuenta que arrastran más, es decir, enaltecen más a las masas y utilizan directamente la sentimentalización, dejan la racionalidad de lado y es éste el gran peligro al que nos asomamos.
Tenemos que hacer comprender a los europeos, y a nosotros mismos, que el statu quo en el que vivimos, el hecho de reconocernos como ciudadanos con los derechos y deberes que tenemos es una fuente de esperanza para toda la humanidad. Europa tiene que ser referente ejemplar. Convendría configurarla como una patria de la ciudadanía que ponga en positivo la vivencia cotidiana escrupulosa de la libertad, la tolerancia, la solidaridad o la pluralidad cultural. De hecho, ésta es la gran encrucijada con la que se enfrenta Europa: reafirmarse como un proyecto en expansión permanentemente entorno a una razón que aspira a convertirse en vida a través de los ciudadanos; no sólo los ciudadanos que pertenecemos a Europa, sino también aquéllos que viven fuera de Europa.
En definitiva, tenemos un doble reto: por un lado, el fortalecimiento interno, reinterpretarnos, de alguna manera, dentro de Europa, y afirmar, por tanto, nuestro ser más profundo, estos valores de los que hablaba, intentando que éstos se puedan transmitir con una cierta fuerza a la ciudadanía. Por otro lado, como segundo gran reto, hacemos referencia a la necesidad de combatir los nuevos integrismos que pretenden acabar con esta idiosincrasia, con estos valores, con nuestra forma de vida, para evitar hacerlo extensible a los ciudadanos que aún no disfrutan de esto, que es precisamente parte del sur del Mediterráneo. Es decir, extender la paz y la seguridad con la fuerza de los derechos humanos, con la fuerza de la democracia, de los hombres sometidos a las leyes, de la igualdad, y especialmente de la igualdad entre hombres y mujeres.
El Mediterráneo, lo apuntaba Raimon Obiols, es un poco el paradigma de todo esto. Es el espacio físico-geográfico donde más claramente se plantea esta tensión, donde hay un cruce de complejidades y de civilizaciones, y ahora tenemos una buena oportunidad para recuperar el espíritu de la Grecia clásica, un espíritu renovado, donde espacio y tiempo han desaparecido. Evidentemente las distancias de ahora no son las mismas que las distancias de entonces; ahora no hay distancia entre la costa mediterránea española o Alejandría, o entre Palermo y Latakia, y por tanto estamos condenados a vivir juntos, y esto requiere una ciudadanía común, la ciudadanía euromediterránea que apuntaba Carlos Carnero, y que creo que es efectivamente el futuro por el que debemos apostar, y me temo que el que irremediablemente va a ser aunque no apostemos por él.
También el Mediterráneo es donde convive la diferencia más radical entre ricos y pobres. Efectivamente nuestras fronteras ya prácticamente no existen, y es donde confluyen países de extrema pobreza y donde confluimos países en pleno desarrollo. Por último, en el Mediterráneo también se produce la mayor tensión de éxodos masivos, seguramente producto de los problemas de renta y desigualdad. La circulación de personas va a ser, de hecho está siendo, inevitable, por eso España ha apoyado la Declaración del Milenio en materia de desarrollo, de erradicación de la pobreza y de preservación del medioambiente. La pobreza es la causa principal de los movimientos migratorios incontrolados y por eso no podemos evitar que los que sufren intenten huir de la miseria. Algunos dicen que a lo mejor también el terrorismo islámico tiene su origen en esta pobreza, o en esta miseria, o en la marginalidad; puede ser que en parte sí, aunque no estoy tan segura. Si nos fijamos de dónde surgen estos movimientos de terrorismo islámico, quiénes son los protagonistas, vemos que no son precisamente la gente marginal; es gente que ha viajado y estudiado fuera de su país, es gente preparada, es gente que tiene una posición económica fuerte, es gente que ha vivido en y el mundo occidental, y por tanto, seguramente, la articulación del terrorismo no es tanto para luchar contra la riqueza de unos y conseguir ese bienestar, sino para combatir nuestro sistema de valores. Eso, indudablemente, haría del problema algo más complicado.
Por tanto, estos ejes que planteábamos en el Mediterráneo, y que efectivamente pueden parecer el choque de civilizaciones: ricos y pobres, éxodos masivos de inmigración, civilizaciones distintas, culturas distintas… debemos trabajarlos para que sea todo lo contrario y llegar a la alianza de civilizaciones. Como dijo el Presidente Zapatero: “Cayó un muro, debemos evitar ahora que el odio y la incomprensión levanten otro”. Creo sinceramente que el diálogo tiene que materializarse, este diálogo de civilizaciones, tiene que materializarse, principalmente en el mar Mediterráneo que es donde se da con más vehemencia la mezcla de culturas, y por tanto me parece que es el lugar idóneo para empezar a aplicar esta estrategia, esta idea de alianza de civilizaciones. Parafraseando a Hannah Arendt, yo diría que tenemos la oportunidad de vivir en el Mediterráneo bajo una solidaridad común. La alternativa a la solidaridad común es caer en una solidaridad de mutua destrucción, y esto evidentemente es lo que tenemos que evitar, y que espero que seamos capaces de evitar. En palabras del Presidente del Gobierno, la alianza de civilizaciones tiene como objetivo fundamental profundizar en la relación política, cultural, educativa, entre lo que representa el llamado mundo occidental y el ámbito de países árabes y musulmanes.
Esa definición nos conecta directamente con la columna vertebral del Proceso de Barcelona y los tres ejes principales marcados en 1995 y sobre los que tampoco me voy a referir, porque ya han salido reiteradamente: el ámbito político y de seguridad, el ámbito económico y financiero, y el ámbito social, cultural y humano, que creo es el núcleo medular donde hace falta avanzar con más fuerza. Estos fueron los objetivos que nos fijamos en 1995, y tampoco es necesario reincidir demasiado en el balance. Está claro, a mi modo de ver, que las expectativas creadas no se corresponden con los avances conseguidos en los objetivos. No es que quiera ser pesimista; el Proceso de Barcelona fue un elemento importante, un referente y un guión que no podemos perder de vista, y que ahora hay que continuar trabajando. Pero la valoración no puede ser estrictamente positiva: poca democratización de los países de la Ribera Sur del Mediterráneo, poco avance en el respeto de los derechos humanos, el terrorismo internacional golpeándonos constantemente, flujos migratorios complejos con la consecuente desmantelación del área de seguridad o las propias condiciones de vida de la gente que a grandes rasgos es similar a la que podían vivir en 1995; la diferencia entre ricos y pobres se mantiene y se manifiesta de una manera marcadísima. Así mismo, también hay poco avance en la comprensión o en la integración, hay poco acercamiento al otro y pocas ganas de entender al otro. Este es uno de los problemas que nos encontramos con la inmigración, la integración con la gente que llega a Europa también está cargada de problemas y requeriría más capacidad de comprensión.
Es cierto que hay datos objetivos que ayudan a comprender el porqué del poco avance: el fracaso del proceso de paz de Oslo a finales de los 90, o el incremento de la violencia con la segunda Intifada a partir del 2000, o el tener abierto el contencioso del Sahara Occidental, o seguir con el problema de Chipre, aunque éste parece que tiene más visos de solución. A la vista de estos datos se necesita un nuevo impulso del Proceso de Barcelona.
Ahora bien, es urgente e imprescindible que esta unión euromediterránea sea un proceso de la ciudadanía. Este proceso tiene que tener efectos directos sobre la ciudadanía, y esto es lo que realmente la hará fuerte. La ciudadanía europea por un lado debería ser activa, debería desear compartir sus logros y sus triunfos en adquisición de derechos, y a la vez receptiva también de nuevos aprendizajes, de los nuevos aprendizajes que nos pueden dar los países del sur del Mediterráneo. Por otro lado, la ciudadanía de la ribera sur debería estar dispuesta a luchar para salir de este callejón sin salida. Deben percibir esperanza, que existe solución, y que cada año pueden vivir un poquito mejor, un poco lo que decía Raimon Obiols: “la gente tiene paciencia y es tenaz en la lucha siempre y cuando ve algún avance, algún atisbo de avance y de mejora en sus vidas, porque si no lo que harán será buscar soluciones en otros contextos”. Nosotros caeríamos a sus ojos y eso no sería bueno para nadie.
En definitiva, el objetivo que tendríamos que tener todo el Mediterráneo, norte y sur, es vivir con dignidad y sin miedo, y sobre todo que no nos humillen o que no humillemos nosotros a los otros, y que podamos buscar la felicidad, lo que Baughman nombra “solidaridad de los destinos”.
En este sentido creo que ha llegado el momento, ─me permitiréis hacer alguna alusión literaria, y moverme en un campo de abstracción superior─, de dar la voz al Mediterráneo. ¿Por qué no podemos hacer que el Mediterráneo sea el verdadero y el único protagonista de una reflexión que supere los conflictos que sabemos que hoy marcan ambas orillas? Frente a esa polaridad de la que hemos estado hablando en todo momento, tendríamos que reivindicar el magnetismo del mar. Para conseguir esto, hay que empezar, sin duda, con grandes dosis de autocrítica, hay que aceptar una realidad previa: la única responsable de que la polaridad exista hoy es Europa; una Europa que a lo largo del Siglo XIX y del Siglo XX vivió una dominación económica, política y cultural sobre la ribera sur del Mediterráneo, y una Europa que afronta los procesos de descolonización como quien trata de quitarse de encima un problema de forma rápida y dando la espalda a algo que ella misma ha generado. Claro que para esto los europeos tendríamos que asumir una palabra de enorme dificultad semántica: modestia.
Dejadme que me aproxime al tema desde una perspectiva distinta. Seguramente no llegaremos a soluciones, pero quizás tengamos más elementos imaginativos para ponernos a pensar en ellas. ¿Por qué no decir, por ejemplo, que Europa tiene que afrontar ahora la tarea de transformar el Mediterráneo en una particular odisea? ¿Por qué no reivindicar para Europa el papel de un nuevo Ulises a la búsqueda de su particular Ítaca?; eso es, a la búsqueda de una identidad compartida, perdida hace varios siglos, cuando el Mediterráneo de ser un Mare Nostrum ─esta expresión tan maravillosa─ pasó a ser un costurón que rasgó una unidad milenaria, que es en la que estamos instalados. Vivimos en un costurón aislados los unos de los otros. Europa no puede renunciar a seguir creciendo, pero a seguir creciendo como un proyecto inclusivo, no exclusivo ni excluyente, un proyecto abierto a una pluralidad de identidades; estas identidades que bebe el mar Mediterráneo. Si Europa renuncia a crecer se extinguirá. Este crecer no tiene que ser desde la experiencia del Siglo XIX y XX, que es la experiencia de la dominación a la que hacía referencia, del colonialismo, sino desde una experiencia de la inclusión, de escuchar y sentir al otro desde la igualdad; no parapetándonos detrás de ninguna inconfesada superioridad civilizadora, si no desde la igualdad radical. Muchas veces el discurso de la igualdad se queda en la abstracción y el trato igualitario no les llega en absoluto.
Nadie puede poner en duda que los países de la ribera sur del Mediterráneo deben afrontar la tarea de su democratización, o que tiene que haber un correcto establecimiento de nítidas fronteras entre la ética pública y la ética privada, o que se supere la desigualdad de género, la igualdad entre hombres y mujeres. Nadie discute esto, y por tanto el proyecto de la agenda del Proceso de Barcelona es correcto. Modernizar el sur es una necesidad para el sur; es una necesidad para Europa, es una necesidad para el mundo.
Vayamos un poco más allá, reflexionemos sobre nosotros mismos y hagámoslo con modestia. El camino que debemos recorrer es de doble dirección, no sólo de nosotros hacia ellos, sino también de ellos hacia nosotros. ¿Realmente estamos en condiciones de dar lecciones? ¿Por qué no tratamos de abordar una doble pedagogía que nos incluya a nosotros también? Sé que eso también está en la Agenda del Proceso de Barcelona; sé que hay esta voluntad de reciprocidad, pero no sé si hemos sido capaces de materializarlo correctamente. Corremos el riesgo de que en la política que estamos proponiendo en algunos sentidos, o la que a veces se puede percibir, la superación de la división mediterránea se plantee desde esta aproximación que decía de sur a norte, es decir, mimetización de ellos respecto de nosotros. Quizás por haber tratado de establecer una agenda unidireccional en muchos sentidos, estamos en la situación actual. No digo con ello que no sea importante lo que aquí se apunta y hasta dónde hemos llegado, yo creo que hemos avanzado en alguna medida, sin embargo, a pesar de su importancia nadie puede discutir que hasta ahora los avances han sido insuficientes o han sido modestos. Sé, como decía antes, que no estoy proponiendo nada, sé que me estoy limitando a preguntar, pero quizá sería bueno que recuperáramos el método socrático de la duda y, sobre todo, de la crítica.
Europa, en este sentido, quiere hacer, tendría que hacer, mucha autocrítica. La autocomplacencia no es buena, y a veces caemos en ella. La prueba es que estamos reconociendo que este Proceso de Barcelona necesita un nuevo impulso después de diez años. Si lo hubiésemos hecho muy bien durante estos diez años no nos estaríamos planteando un reimpulso de este proceso. El valor que tendría esta doble pedagogía que apuntaba, de ellos hacia nosotros y de nosotros hacia ellos, es que el diseño sería un diseño realmente compartido desde la ribera norte y desde la ribera sur.
Tenemos la necesidad de que este nuevo proyecto sea un proyecto verdaderamente compartido, como decía, pensado desde los problemas que el Mediterráneo como entorno tiene por sí, no de los problemas que genera el sur del Mediterráneo a Europa. Muchas veces hacemos ese análisis: necesitamos abordar esta zona geoestratégica porque el Mediterráneo, el sur del Mediterráneo, puede generar muchos problemas a Europa. No es una buena aproximación, no es un buen planteamiento.
De vez en cuando escuchamos que nosotros también los necesitamos, sobre todo cuando hablamos de inmigración decimos: “No, está muy bien que vengan, porque hay muchos trabajos que nosotros no queremos hacer; o porque nuestra tasa de natalidad es baja y por tanto pues ya está bien que vengan”. Seguramente sería más honesto hablar de necesidad en otros términos.
Por ello querría acabar leyendo un poema de Cavafis que se titula “Esperando a los bárbaros”, y dice:
“─¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.
─¿Por qué esa inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los Senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.
─¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
Y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino.
En él muchos títulos y dignidades hay escritos.
─¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas,
y anillos engastados, y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros,
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.
─¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros
y les fastidian la elocuencia y los discursos.
─¿Por qué reina de pronto esta inquietud
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
─¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, eran una solución.
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